Florencia Gleizer

Entre la danza y el cine

A los cinco años inventaba mi performance en el living de casa, en el cuadrado de la alfombra o en el marco de la puerta. Fui a una clase de expresión corporal y me gustó. Mi vieja siguió buscando y encontró el estudio de Margarita Bali, donde me formé con Celina Goldin Lapaco, que fue mi maestra desde los seis hasta los diecisiete. 

Bailar clásico nunca me generó fantasías, aunque algo del virtuosismo quizás sí: “quiero tener la pierna por acá, quiero dar ocho giros”. Pero no me llamaba a nivel de la expresión. Siendo chica, hubo dos películas que me marcaron. Una fue Cantando bajo la lluvia. Nunca hice tap, pero me acuerdo del misterio de esos zapatos que hacían ruido, que hacían música. Eso me fascinó. Y Carmen, de Carlos Saura, con Antonio Gades. Era flamenco y tenía algo de danza y se mezclaba algo de ballet. Lo que me llamaba la atención, lo que me conmovía, iba mucho más allá de lo formal. 

En la adolescencia, desde que empecé el secundario hasta cuarto año, corté con la danza. Me entusiasmaba mucho el cine. Iba al cine y a ciclos, alquilaba vhs y dvds. Tuve un abuelo súper autodidacta, un gran lector y un gran cinéfilo. No terminó ni la primaria, era un inmigrante laburante que desde chiquito ahorraba sus centavos para ir al cine. Y se acordaba del nombre del actor o actriz de cada clásico. Yo le pedía que me dijera títulos de películas y así iba aprendiendo. Para la misma época en la que entré en la escuela de danza, me anoté en Diseño de Imagen y Sonido. Al principio me había anotado para hacer Letras en la UBA. Recuerdo estar llorando en mi habitación, diciéndole a mis viejos: “no sé si quiero hacer Letras, solo quiero dedicarme a la danza”. Y ellos tranquilizándome. Me apoyaron siempre, pero yo tenía la autoimposición de hacer una carrera universitaria más teórica además de estudiar danza. Al final decidí seguir de lleno con la danza. 

La danza estaba conmigo, era parte de mí y no me iba a abandonar. Tuve suerte, porque desde chica mis viejos vieron que esto me interesaba y buscaron una buena docente, una maestra. De esas maestras no te olvidas más. Son acompañantes de la vida. Porque además de formarte en la disciplina, te forman como persona. 

Hay tiempos en los que no bailo porque en la vida diaria me invaden otras cosas. Y cuando vuelvo, es la felicidad la que vuelve. Cuando bailo tengo mejor humor, y las ideas decantan de otro modo. Empiezo a bailar y todo se acomoda de otro modo. Es, sin duda, felicidad y es salud. Lo que te pasa en la cabeza, al mismo tiempo te pasa en el cuerpo. Además de intelectualizar las emociones que sentís, o apretás la boca del estómago o se te eriza la piel. La danza me ayuda a andar por los carriles más saludables. Bailar hace bien.

Bailar y enseñar para encontrarse 

El rol de directora y el de intérprete, para mí siempre estuvieron unidos. Como intérprete, trabajé mucho en la composición de solos. Trabajé con colectivos artísticos y con gente de otras disciplinas, pero siempre autodirigiéndome. 

La dirección de otres se vincula más con la docencia. Hace un par de años surgió la necesidad de estar afuera de la escena, en el rol de directora. Una puede entrar en otros detalles y es un laburo diferente, que también me interesa. Como docente, hay algo de acompañar procesos y brindar herramientas, poner a mano cosas para que otres puedan encontrarse. Estoy muy atenta a no bajar una línea; no me interesa que de una clase salgan todes haciendo algo parecido. 

Hay dos carriles que me interesa cruzar. Uno es el autobiográfico: ver cómo desde lo singular puedo apelar a otras personas. Hubo momentos donde trabajé mi pasaje de niña a mujer; otros donde trabajé con situaciones personales, emocionales. Por otro lado, me interesa ver cuál es mi parte en esta  contemporaneidad, sabiéndome en este mundo. Me interesa mucho ver de qué modo nos afectan los cambios tecnológicos. Hasta los diecisiete años no tenía celular, y desde ese momento hasta ahora, los cambios fueron muchísimos: el cambio de la velocidad, de la atención y el cambio espacial -esto de vivir un poco en este mundo material y un poco en el mundo virtual-. Ver cómo cada vez se aceita más el ir y venir de un mundo a otro, y cómo nos afecta eso. Vamos a aprender a convivir con eso. Tengo la necesidad de comprender el mundo en el que vivo para vivirlo bien. 

En mis obras siempre me interesó ver de qué manera cada uno puede encontrarse. Cómo encontrar tus intereses, tus deseos (cómo podés llevarlos a cabo), tus falencias, tus problemáticas. Conocerte y poder desarrollarte como persona. Por otro lado, está la tendencia capitalista de querer normalizar el mundo y que seamos todos y todas muñequitos de torta en una cinta transportadora. 

Mi vieja es psicoanalista. Cuando era chica, le robaba los libros de Foucault. Ya ahí empezaba a tratar de entender cómo era la historia de la locura. Siempre me interesó esto de no someterse a los mandatos modernos de poder. Siempre me interesaron “los anormales”, las diferencias. Respetar las diferencias y desarrollarlas me parece algo muy rico. Ahí estaba el germen que después desarrollé en vinculación con nuestro contexto actual, especialmente a la tecnología, a los dispositivos tecnológicos que tanto pueden potenciarnos o no -según cómo los usemos-. No caer en el automatismo, no perdernos. Es muy fácil adormecerse en el automatismo de la vida cotidiana que te lleva y te lleva. A todes nos ha pasado en algún momento. 

Nunca sentí a la danza como un deber ser. No se trata de cómo tendría que bailar o cómo tendría que componer. Nunca la sentí ni la desarrollé así sino en relación con cómo soy, cómo imagino, cómo necesito. Por un lado, está mi necesidad de expresarme y de procesar la vida, de sacar mis monstruos internos en esta disciplina. Por otro lado, están las puestas y lo que generan, generar viajes para les que quieran. Lo que más define mis montajes es esto: una invitación a meterse. Que sea un viaje que te mueva, ya veremos qué. Por otro lado, también es un oficio. Voy encontrando y puliendo modos de sistematizar ciertas cosas. Acá entra la docencia como deseo de pasar esa experiencia o ese oficio a otres, para que puedan encontrar sus propios modos. Y que todo no sea una gran volatilidad. Entonces, sistematizar para poder desarrollar y llevar a cabo lo que quieras. Creo que hay una mezcla de volatilidad y sistematización.

Los espacios dúctiles, Formato living y las Fiestas sintomáticas

Mi manera de entender la puesta en escena es cinematográfica. Cuando imagino una puesta no imagino únicamente un cuerpo moviéndose, sino todo lo que se percibe: lo sonoro, el peinado, la ropa. Todo construye. En mis primeras obras trabajé con proyecciones. Nico Richard, un groso del cine, ha generado videos increíbles que componíamos para la escena. Había proyecciones y televisores, imágenes que dialogaban con lo que ocurría en el momento. O sea que la escena era el movimiento de los cuerpos en vivo, más el movimiento de los videos, más las luces. 

Tuve la suerte de cruzarme con un colectivo de iluminadores experimentales, los Fluxlian, en varios proyectos. En esos años estábamos en las trincheras, probando y probando en fiestas. Hicimos varias obras juntes, trabajando la parte performática de los shows. Nos hemos cruzado en contextos diferentes y eso también nos enseñó mucho, esa maleabilidad: qué hacemos en este sótano, qué hacemos en ese escenario inmenso y con un montón de posibilidades técnicas, qué hacemos de día, al aire libre en la calle sin ninguna técnica  y qué hacemos en una sala de teatro  independiente. 

El cruce siempre me nutrió, esta imaginación cinematográfica, más visual. La luz es maravillosa para construir espacios: te permite armar y desarmar espacios en un segundo. No es el muro de madera o de cartón que entra al escenario y se va. Las posibilidades que da la luz son especialmente interesantes en el contexto autogestivo independiente, donde no hay una mega escenografía. Yo veo la luz en vinculación con lo virtual, porque crea espacios un tanto inmateriales, que con un click desaparecen y pueden mutar. 

Todos los espacios tienen algo hermoso que enriquece el material. La materialidad es siempre un medio para expresar esa olla hirviendo. Si la olla está hirviendo, puede cristalizar en un formato de obra en sala -cuidadita y durando cuarenta minutos-, o puede salir a la calle, o puede hacerse obra audiovisual. Esto lo fui descubriendo en el hacer. Lo que estás cocinando decanta y puede cristalizar de distintos modos. Me enseñó mucho probar, semana tras semana, en espacios que no eran del circuito convencional. Por ejemplo, hacer cosas en bares. 

Formato living nació en un bar. En esa época todavía no estaba tan difundida la improvisación. Los modos de creación eran más los de estar uno o dos años metida en la cueva y después montar una obra. Y en las obras se instalan corrientes. Hubo épocas de “ahora todas con camisones”, otras de “ahora todas obras de campo”. Este “ahora todas obras de…” me llamaba mucho la atención. Incluso pasaba con los modos de bailar: por ejemplo, “ahora todos hacemos flying low”. Tenía la necesidad de buscar algo más ágil. Además, notaba que si bien en la danza se trabaja con música, en Buenos Aires -que es la ciudad donde vivo- no había tanto diálogo entre bailarines y músiques. Así surgieron las ganas de componer duplas -un bailarín y un músique, en sets de dos a quince minutos-siendo dos o tres duplas por fecha. Lo que pasaba era una pura improvisación, no eran cosas montadas previamente. Había gente que se conocía en la misma fecha. No hubo una dupla parecida a otra y eso es mucho. 

Y lo que pasaba en Formato living, es que aún estando presentes esas corrientes que mencionaba antes, por tratarse de improvisación, cada persona que participaba se ponía en jaque, se ponía en juego. Había gente con mucha experiencia en escena que me llamaba un rato antes de la fecha y me decía: “estoy nerviosa, no sé que voy a hacer”. Ocurrieron cosas hermosas y todas muy genuinas en relación con quién estaba ahí. Y lo que había ahí era un vínculo, que no se podía evadir, porque al improvisar en ese uno a uno, no podías no ponerte en diálogo. Eran dos personas sacando a flote esos quince minutos. 

Las Fiestas sintomáticas, unas fiestas que organizábamos con un colectivo de artistas de muchas disciplinas, fueron otro caldo de cultivo hermoso. De doscientas personas, quizás ciento ochenta iban a ver a las bandas que estaban programadas, y se encontraban de pronto con algo de perfor, algo de danza, o algo de súper 8, locuras que ni sabían que existían. Relacionarme con gente que no iba especialmente a una sala a ver danza me entrenó en esa ductilidad con los espacios. Tenías que atravesar la marea de gente, plantarte con una lamparita y generar un viaje que nadie esperaba. Fue un gran entrenamiento. 

La danza después de la pandemia 

La pandemia generó muchos movimientos. Por un lado, puso en evidencia algo que ya sabíamos: la precariedad con la que trabajamos en la danza es absoluta. Si bien había conciencia, ahora la hay más. Y esta evidencia de lo precario tiene que acentuar la lucha que ya existía, y por otro lado inventar nuevos modos de creación. No podemos esperar que todas las soluciones vengan de parte de las instituciones.

En relación con lo creativo, hubo necesidad de mucha ductilidad, una vinculación con lo visual por fuera del espacio tradicional de la sala. Hubo mucha gente experimentando con la cámara. Todavía estamos en medio de una crisis y ya veremos cómo decanta, y cuánto hay, además, de deseo de volver a lo de antes, que es algo imposible -me refiero puntualmente a volver a la sala-. 

Todes sentimos, en este tiempo, la falta de encuentro físico. En todas las reflexiones desde el comienzo de la pandemia apareció la imposibilidad de encuentro, el no abrazo. Lo sentimos todes en la piel. Hubo algo de poner en juego el cuerpo y todo lo que nos atraviesa el cuerpo. Hay que ver cómo la danza capitaliza y desarrolla esto. El cuerpo, nuestros cuerpos, son atravesados por muchas cosas. Lo que me interesa no es hablar de mi anatomía sino de eso que me hace erizar la piel. No hablar de la anatomía del tejido epidérmico, no irnos a esa teorización fría, sino ser atravesades, hasta las entrañas, y ver cómo sale eso, convertido en qué cosa, al exterior.

Esta entrevista pertenece a Gente de danza

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