Marine Amestoy

Entre danza y escritura 

Nací en la Ciudad de Buenos Aires, en el hospital Pirovano, a tres cuadras de donde vivo ahora. Soy muy porteña, a veces demasiado para mi gusto. Amo y odio esta ciudad como la mayoría de los porteños. Viajé mucho y conozco el país, pero viví siempre acá. 

Mi relación con la danza empezó cuando tenía cuatro años. Mi mamá me llevaba a talleres de expresión corporal – era todo muy principios de los 80-. Me fasciné con el lenguaje del movimiento y me encantaban las cosas que me proponían: imaginar ser un árbol, o que el piso era un mar. Desde ese entonces tengo imágenes que muchas veces traigo al presente en mi escritura y las plasmo en críticas, reseñas, artículos y hasta en una tesis. El campo de la danza y el de la escritura aparecieron al mismo tiempo: a los 4 también me regalaron un libro de poemas para niños, de Federico García Lorca. Esas dos cosas jugaron a favor para marcarme el camino: cuarenta años después, me dedico con mucha pasión a la articulación de esos mundos. La danza y la escritura siempre estuvieron presentes. Hice danza de todo tipo: contemporánea, improvisación, flylow, ballet, árabe. No de manera formal, pero siempre haciendo, moviéndome. Y hace unos años llegó el voguing, que tiene mi corazón. 

Como la mayoría, tuve una adolescencia bastante problemática, hija de padres separados que no se llevaban bien, con nuevas parejas -que tampoco se llevaban bien-. La danza y la escritura eran lo que tenía a mano para escaparme de situaciones complejas, difíciles, dolorosas. Siempre tuve una sensibilidad a flor de piel, de llorar, de imaginar, de escaparme. Y era escaparme a la danza, imaginarme bailarina. A los seis ya escribía poemas, así que en la primaria era la que era la que escribía y la que en los actos bailaba el minué. Tanto en la niñez como en la adolescencia, la danza y la escritura operaron de manera muy concreta sobre el estar bien, eran los grandes acompañamientos para hacerle frente al mundo. Fui mamá muy chiquita y cuando quedé embarazada y tuve que dejar de bailar, lo extrañé muchísimo. Mi felicidad estaba latente porque tenía un niño en el vientre, pero cuando tuve a mi hijo extrañé mucho el baile. Y cuando en 1999 volví, con Eugenia Estévez en el Rojas, lo hice muy contenta. Era la primera vez que hacía improvisación y me cambió la cabeza.

El lenguaje del movimiento me  interesa en general y me atraviesa desde un lado muy orgánico: entra en relación directa con mi vibrar, es algo que me toca, me despierta y me sacude. Como crítica, me formé en la Universidad Nacional de las Artes. Al principio me resistía a especializarme en danza, porque también me gustaba el cine y estuve vinculada con la biodanza. Lo que la UNA propone desde sus programas y su plan de estudios, es hacer “un entre”: al teatro, a la danza, al cine, a la música, a los distintos lenguajes artísticos. Mientras estudiaba, nunca dejé de ir a ver obras de danza y estaba presente en festivales, en propuestas oficiales y del off. Me parece interesante entrar en el código de cada propuesta escénica. Hay algo que siempre estoy tratando de capturar. Ahora lo afiné y puedo ponerlo en palabras. Eso es lo que intento: pasar a la escritura lo que me atraviesa el cuerpo. 

El lenguaje de las danzas urbanas

Con el tiempo fui descubriendo distintos estilos, y puedo ir del vogue al folklore argentino. En 2017 me puse a aprender folklore, a bailar zamba, chacarera, gato. Me fasciné y fui a ver espectáculos y también a clases. 

Hay muchos críticos visuales y audiovisuales, pero no tantos de danza. Y los que hay, se dedican más a la danza contemporánea -que en realidad es muy amplia-. Hay danzas a las que les faltan nombres. Hay muchos campos de la danza y eso activa mi curiosidad. Esto tuvo su explosión en 2019, cuando decidí trabajar con dos compañeras en el vogue. Es una danza que, cuando la nombro, tengo que explicar de dónde viene, qué características tiene, cuál es su historia, cuáles son los antecedentes. Me interesa este tipo de lenguaje que no está dentro de lo tradicional o lo académico, los lenguajes que no son socialmente aceptados.

En la UNA había un seminario, Crítica y estética especializada en danza, que estudiaba los movimientos tradicionales: el jazz, el ballet, lo moderno, Graham, las grandes figuras. Es interesante visitar una y otra vez a estas figuras, pero cuando hice otro seminario, con Silvina Szperling, descubrí que había muchos lugares adonde los críticos todavía no habían ido. A partir de la biodanza descubrí otros lugares, entre ellos el voguing, el hip hop, las danzas urbanas. Estaba en pleno desarrollo de la tesis y me empecé a preguntar si no me gustaba más indagar ese lenguaje de las danzas urbanas, ver qué rasgos tenían en común. Me gustaba mucho ver la historia detrás y terminé haciendo mi tesis sobre el voguing. Hay toda una historia, una cultura, una subcultura detrás. 

Quien sabe algo de danza sabe lo que es ballet o jazz; hay cosas que ya son parte de la circulación discursiva propia de una comunidad. Ahora, si nombrás el voguing hay un gran vacío, y es ahí donde hay que explorar. Me interesa participar desde el hacer y desde mi profesión, que es escribir. También desde el baile, porque obviamente tuve que bailar voguing -no con mucha suerte porque es muy difícil-pero sí con mucho placer.

Voguear frente al Congreso

En el vogue fem hay cinco elementos y tienen que ver con el catwalk, el duckwalk, spind and dip, formas muy concretas a las que tenés que responder. Dentro del voguing además hay sub estilos, -“subgéneros” en términos más semióticos-: vogue fem, old way y new way. En el interior de estos subgéneros hay mucha historia, pero la crítica en general no se dedica a analizar este lenguaje. 

El mundo está hambriento de nuevas historias. Creemos que todo está dicho y contado, y te das cuenta que no. El voguing se emparenta directamente con la necesidad de una comunidad que fue invisibilizada durante décadas. Comunidad que tuvo que recurrir a mostrarse de una determinada manera para que le dieran bola y pudo decir “acá estoy”,  por medio de una portada de Vogue, una de las revistas más conocidas en el mundo de la moda. Es súper interesante ver cómo estos desafíos del siglo se pueden dar desde la danza. Y me enorgullece, porque me siento parte de la comunidad de la danza. 

También están los que prefieren no mostrarse. Lo entiendo también, porque vienen muy castigades, muy invisibilizades. Además hay algo que tiene que ver con: “no es tu espectáculo, es nuestra disidencia”. Las disidencias y los feminismos, que tienen que ver con la tercera ola, juntando fuerzas y siendo un “acá estamos” a viva voz. Es súper interesante que esto se relacione con la danza. 

A partir de la pregunta vienen las exploraciones. En toda investigación, en toda tesis, en todo trabajo que tenga que ver con meterse, se empieza con una pregunta. Cuando era chica me miraba al espejo y no entendía cómo yo era yo, y cómo yo pensaba en mí. A partir de ahí empecé a tener una relación con el mundo desde la pregunta. Ahora específicamente alrededor de la danza: qué es la danza, qué representa, cuáles son las luchas. Hay luchas que estamos lejos de haber conquistado. Es una pena que a esta altura no hayamos conseguido dentro del sector dancístico un montón de cosas. Pero esto nos anima a seguir haciendo. Les que tenemos alma de luchadores, podemos tomar esto a favor y salir a la calle. Poner el cuerpo en las prácticas públicas, en los parques, en las plazas, mano a mano con el feminismo, con las disidencias, con el voguear frente el Congreso. 

No es menor esto de voguear frente al Congreso. Es algo que se replica en Chile, en Colombia. Y más allá de que haya gente que diga “¿para qué?” o “cuál es el gesto real al voguearle a un carabinero o policía”, es todo un gesto. Porque estás diciendo un montón de cosas, y las estás diciendo desde el movimiento. Y no es solamente desde un duck walk o un catwalk; lo estás diciendo con toda una trayectoria detrás que hace que ese gesto sea mucho más grande de lo que parece. Ese es el lugar que me gusta habitar, y es el lugar donde necesitamos más voces. Bienvenida la lucha para conseguir más derechos, para que esos derechos sean para todes

Una danza política

El campo de la danza en Argentina está muy vivo. La pandemia en este sentido jugó a favor, porque la gente empezó a conectarse más que nunca con el cuerpo y con preguntas sobre la danza. Lo vi en distintas charlas y hablando con colegas, que está viva la pregunta sobre qué es danzar y cómo es danzar hoy. Y cuáles son los derechos, los que todavía no conseguimos y a los que deberíamos ir. Esta pausa se la tomó el mundo entero, y en Argentina nos vino bien para preguntarnos cosas que no nos habíamos preguntado, o que eran más pour la gallery, más de la microesfera. Se abrió la comunidad: ahora hay más gente hablando de danza, más gente escuchando sobre danza y hay una mayor asistencia. La gente para más la oreja y te pregunta, quiere saber. Hay gente que se acercó y dijo “¿cómo es esto?” “¿Cómo que  hacen cosas gratis?”. Es un momento para aprovechar y para decir: ¡no! Negarnos al famoso “por amor al arte”. 

Argentina, al igual que la mayoría de los países de Latinoamérica, en su histórica cadena de crisis socioeconómicas y políticas, ha sabido rearmarse o por lo menos construir parámetros de lucha. En los países de Latinoamérica hay una enorme capacidad de resurgimiento, de militancia y de posicionamiento. Y si bien a lo mejor hubo una demora en relación a  preguntas que no nos veníamos haciendo, esas preguntas están llegando. Y esto es singular en la danza argentina, esta potencia, este decir “la seguimos remando”. 

La danza es mi vida. Es tan mi vida que tengo una hija completamente metida en la danza. Es mi fuerza, mi metáfora, mi motor a la hora de escribir, de laburar, de ver el mundo. Me la paso escribiendo y leyendo, sobre todo ahora, que no puedo salir a bailar. Me cuesta mucho la virtualidad en relación al movimiento; necesito que pase el tiempo y volver a bailar sobre el piso, no sola en mi casa. Donde haya danza voy a estar, de alguna u otra manera. ¿La danza o las danzas? Me gusta decir las danzas, porque a “la danza” la conforman un montón de estilos y tienen que estar contemplados y considerados.

Se necesita una danza más que nunca política, con cosas para decir, que tenga más que ver con el contenido que con las formas -formas bellas y estéticas que responden a una determinada línea-. La forma -el cómo se ve, o el cómo mover- a priori me parece demodé. Me gusta más el contenido: ver qué dice ese movimiento, qué me dice en términos de lo político. Hoy la danza tiene un gran poder transformador y es hacia ese lado que me gustaría que fuéramos. Somos un montón pero quiero que seamos más, que cambiemos un poco el relato universal.

Esta entrevista pertenece a Gente de danza

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