Ana Sabrina Mora

Tramas que convergen: la antropología, la danza, la vida

El Grupo de Estudio Sobre Cuerpo (GEC) tiene una fecha de cumpleaños, el 28 de mayo de 2008. Ese día tuvimos nuestra primera reunión en un espacio de la facultad de Trabajo Social, en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Ese era mi lugar de trabajo. Estaba en la mitad de la realización de un doctorado sobre danza, y una amiga le habló de mí a Mariana Sáenz y a Mariana del Mármol. Ambas tenían la intención de unir los dos campos, su formación en danza y su formación en Antropología. La carrera de Antropología está en la facultad de Ciencias Naturales y ahí no encontraban un equipo de investigación. Se contactaron conmigo y dijimos: “el grupo que buscamos no existe, así que formémoslo”. Invitamos a estudiantes de otros lados -de Sociología, de Psicología- que además venían trabajando en teatro, en danza, en música. Como antecedente, sabíamos que existía un equipo de la Universidad de Rosario, coordinado por Manuela Rodríguez y Yanina Mennelli, que cruzaba antropología del cuerpo y prácticas artísticas, como danzas afro con canto de cajas. 

En la primera reunión éramos entre ocho y nueve personas y eso nos puso contentas. En ese momento estaba la posibilidad de armar grupos de estudio. Al nuestro le pusimos “Grupo de Estudio Sobre Cuerpo” y lo primero que hicimos fue armar un grupo de lectura. Las primeras lecturas estaban vinculadas con antropología del cuerpo y con antropología de las emociones. Empezamos a trabajar también sobre auto etnografías, es decir posibilidades metodológicas de poner en juego nuestras experiencias y nuestras historias personales en las investigaciones. 

A veces es un esfuerzo más grande intentar compartimentar lo que hay en una vida, que trabajar a partir de esa madeja. Nuestro primer texto se llamó “Entramados convergentes”. Buscábamos unir las distintas esferas de nuestras vidas. El deseo que nos motivó a trabajar juntas partió justamente de la imposibilidad de separar la teoría y la práctica. Desde mi lugar, la antropología, esto está en la base de nuestra formación: trabajar en la praxis. Lo nuestro fue una apuesta de trabajo colectivo y hacia el futuro. A las que formábamos el equipo se nos daba de manera conjunta el interés: las prácticas artísticas y el cuerpo. Pero dialogábamos con personas con formación en un área o en otra. Personas que se dedicaban por ejemplo a investigar sobre danza o a bailar, sin tanto cruce. Lo que hicimos fue generar un espacio de encuentro entre distintas formas de investigación, hacerlas dialogar. Venimos buscando esta “anfisbenidad”: como llamamos a este cruce de las ciencias sociales, la filosofía y las artes.

Pero la formación de nuestro equipo no se trató solo de voluntades y deseos, sino que además tuvimos un marco institucional. Es clave el sostén desde las políticas públicas, desde el Estado. En lo personal, empecé el doctorado gracias a una beca del CONICET, entré en la tanda 2003/2004, cuando empezaron a multiplicarse las becas y se abrió así la posibilidad de que investigar fuera un trabajo. En relación con nuestro grupo, a partir de la formación del IDIHCS (Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales) y de tener un edificio con oficinas para trabajar, tuvimos las condiciones materiales necesarias para garantizarlo. Entre 2015 y 2019 se nos desorganizó la vida y fue difícil sostener el trabajo. Nos quedamos sin los espacios que habíamos tenido para realizar actividades. El equipo nunca se disolvió, pero si no dejamos de trabajar fue porque ya teníamos nuestra estructura, nuestra dinámica.

Ser muchas cosas en el cuerpo de una

En la actualidad somos alrededor de treinta personas en el GEC. Se suma gente a medida que desarrollamos distintas líneas de trabajo. La primera acción hacia afuera fue en 2010. Organizamos el ECART (Encuentro Platense de Investigaciones Sobre Cuerpo en las Artes Escénicas y Performáticas) con un formato de conversaciones entre personas que venían de distintos ámbitos y que ubicábamos en una mesa redonda sabiendo que tenían algún interés en común. En el segundo ECART convocamos a realizar talleres y performances que trabajaran sobre el cuerpo en las prácticas artísticas. A partir de un mismo núcleo de discusión, distintas personas presentaban su proyecto en formato de performance, de taller, de ponencia o audiovisual. Muy tempranamente vimos el interés que generaba esta propuesta de estar juntes hablando de lo mismo desde distintos lugares y con distintas formaciones.

Desde 2011, el ECART mantuvo este cruce: exponencial-audiovisual-performance-taller. La intención era hacerlo cada dos años. El de 2015 fue justo un día después del ballotage. Las personas se veían, se abrazaban y se ponían a llorar. Fue un duelo colectivo muy fuerte, con la sensación de que se venía algo tremendo. Nosotras dijimos que necesitábamos sostener estos espacios, que más que nunca iban a ser de resistencia. Pero en 2017 no lo pudimos hacer. No teníamos dónde hacerlo y tampoco había gente que pudiera organizar el evento porque estábamos dedicados a sobrevivir, o en otras militancias. Finalmente lo hicimos en 2018, en un espacio del Centro de Arte de la UNLP. Se llamó “Arte, cuerpo y resistencia”. Agregamos pequeños grupos de discusión, talleres vinculados a distintas formas de resistencia: uno sobre trabajo comunitario, procesos de arte y transformación social, ligado con arte y comunidad; otro sobre genealogía, memoria, archivo; otro sobre género, sexualidades y disidencias. 

A partir de los ECART compilamos dos libros invitando a las personas que habían participado a que escribieran breves textos en relación con una pregunta disparadora. El primer libro se llama Ni adentro ni afuera. Articulaciones entre teoría y práctica en el escenario del arte. La pregunta que atraviesa el libro es qué cosas puede hacerle la teoría a la práctica y la práctica a la teoría. El segundo se llama Hacer espacio y explora la relación cuerpo-espacio.

Hay una vinculación entre la investigación y los procesos creativos particulares de las artes del circuito independiente. Me acuerdo de una obra que hicimos, que se llamó Bisunt. Ahí nos dimos cuenta de cuánto podíamos aportar a la producción creativa desde la investigación y desde nuestro trabajo científico. Antes habíamos hecho otra obra, Anfisbena. Una visita al museo del GEC. Las y los integrantes han llevado a sus distintos grupos lo que fueron atravesando en los trabajos de investigación. 

Anfisbena era una obra de danza con mucho texto, donde trabajamos sobre esa condición de “anfisbenidad”: el ser muchas cosas en el cuerpo de una y ver qué posibilidades tenía eso. En un espacio del museo, colgamos materiales que hablaban de esa vida, desde certificados de congresos a trajecitos de danzas cosidos por nuestras mamás en nuestras infancias. Y además había audios, sonoridad de palabras acompañando a esos objetos. Nuestro interés era trabajar sobre las materialidades, llevando los archivos personales al museo, que para quienes estudiamos antropología es un espacio importante. 

Pequeñas escenas de un recorrido afectivo

En relación con las discusiones, experiencias, representaciones y teorías sobre el cuerpo, veníamos leyendo mucho sobre materialidad del cuerpo, y con el tiempo empezamos a leer producciones teóricas del giro afectivo. Empezamos a ver cómo es que se forman las capacidades de afectar y de ser afectado por algo. Veíamos que el afecto producía parte importante del entramado de las relaciones sociales, y que esas relaciones afectivas no se dan solo entre personas sino también entre personas y cosas. Hay atmósferas afectivas que se pueden generar intencionalmente, algo estudiado incluso para organizar campañas políticas. 

Al mismo tiempo que empezamos a indagar el plano afectivo, se cruzó la cuestión de la militancia. En 2017 iniciamos un proceso de reparación de legajos y trabajamos en la realización de un acto de memoria en la Facultad de Ciencias Naturales. Nos decían “tienen que hacer algo”, con relación a un mural que se había hecho en 1994, en un primer homenaje. Entonces convocamos a gente de la facultad, de ese momento y también a personas que habían estado en los 60 y los 70, para conversar y ver qué queríamos hacer en el nuevo mural. Escuchando a compañeros y compañeras que habían estado en esa época, aparecía siempre el espacio cotidiano, las catacumbas, que es un semisubsuelo del museo de Ciencias Naturales. Entonces, la obra tenía que ser ahí. 

Un día recorrimos el subsuelo para ver qué podía evocar. Ese espacio nos hablaba de las vidas que habían pasado por ahí. La sensación de cercanía y de contacto entre las épocas es muy fuerte en todo el museo, y en ese lugar en especial. Está el mismo olor a formol que entonces. Los muebles inundan todas las paredes de ese subsuelo de pasillos, y son los mismos muebles que tocaron, los mismos bancos donde se sentaron compañeros y compañeras desaparecidos. 

Queríamos explorar qué de las vidas que habían pasado por ahí, estaba todavía ahí. Desde esa clave, ver qué era lo que apasionaba a estas personas. Ver qué quedó cortado, pero sobre todo ver qué continuó. En el diálogo del taller para hacer el mural, surgió que además de hablar de las militancias, teníamos que hablar de la pasión que sentían por la ciencia, por la Geología, la Biología o la Antropología. Eso también era parte de esas vidas. Hablar de los afectos: ser amigos, padres, madres. Hay un poema de Carlos Ayub que está en la obra, sobre el museo. Carlos era geólogo y poeta y encontramos también a otros que habían escrito en registro poético. A partir de eso se compone la obra, de pequeñas escenas en un recorrido por el subsuelo, escenas que van como “subiendo el volumen” a esa sensación de pasar por ahí, sabiendo que recorrés hoy el mismo pasillo que recorrieron otros estudiantes de Antropología que desaparecieron

Recuperar la memoria de las luchas

A partir de algunas tesis individuales producidas en el equipo, se han hecho escenografías en distintos espacios del teatro independiente, de la danza, del circo. En algunos casos, acompañaron el pedido o la gestión de leyes, por ejemplo la Ley de Danza o la Ley de Circo. Desde la investigación hay muchas formas de acompañar demandas particulares al Estado. Una de ellas es recuperando y haciendo visible la historia de las luchas. Muchas veces se inician procesos de lucha desde la sensación de estar empezando de cero. Y yendo para atrás, siempre encontramos que son procesos iniciados mucho antes y que en distintos momentos, por distintos motivos, han sido cortados. Ver cómo se pensaron, qué es lo que ocurrió y por qué se cortaron, nos ayuda a tratar de encontrar maneras para organizarnos mejor y articular mejor esas demandas. Ver sobre qué hacer girar nuestras militancias, con quiénes y de qué forma. Sirve mucho recuperar la memoria de las luchas y realizar el registro de cómo se van organizando los colectivos en la actualidad, qué es lo que va ocurriendo. Esa visibilización da profundidad y densidad temporal a las luchas, y es parte de lo que las fundamenta: el tiempo que llevan. 

La investigación también puede aportar una mirada particular, una capaz de ponerse en el lugar de les otres, en las distintas posiciones con las que hay que dialogar. Entender cuál es nuestra posición desde distintos organismos del Estado, intentar puntos en común, saber cómo llegar de un sitio a otro. Estos son los dos núcleos: por un lado realizar el registro de esas luchas, y por otro conocer cómo funcionan las cosas para un colectivo que está pidiendo, por ejemplo, la Ley Nacional de Danza. Entender detalladamente cómo funciona el Estado es útil. No se trata solo de hacerle entender a los legisladores qué es lo que necesita el sector, sino ver desde qué lugar te van a escuchar. 

La investigación también ayuda a problematizar, a reflexionar y a cuestionar los supuestos que nos forman, porque gran parte de estas demandas tienen que ver con cómo nos entendemos: develar cómo entendemos el trabajo artístico, qué creemos que significa ser trabajadores y trabajadoras de la danza, qué es profesionalizarse en la danza. 

Me acuerdo de una charla en una radio abierta. Una compañera de danza contemporánea decía que había sacado la danza a la calle, como algo novedoso. En una plaza donde ya había murgas y pibes bailando break dance. ¿Por qué pensamos que estamos haciendo algo que rompe, sin mirar lo que pasa alrededor, lo que ya está pasando? Todas las formas de danza tienen algo para decirnos. Creo que todavía se sostiene un límite entre qué es danza y qué no, y eso nos está encerrando. Es legítimo decir qué es lo que me gusta, pero nunca pensando que está por encima de otras cosas. Cuando no ves las otras cosas que ocurren, aunque no lo digas, estás poniéndolas más abajo. Abramos la mirada a lo que está ocurriendo con la danza, porque esa irradiación la va a revitalizar. La búsqueda tiene que ser irradiar un poco más y ver qué está pasando en otros lados.

Esta entrevista pertenece a Gente de danza

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