Mara Padilla

El cuerpo que construye la danza

En mi historia la danza llega con el candombe y lo afro rioplatense. Aparece San Telmo y algo familiar -mi padre era uruguayo-. Yo tenía veintisiete años y estudiaba Trabajo Social. El acercamiento a la cultura del candombe me movilizó tanto como para dejar la carrera y entrar en la UNA, donde empecé a estudiar la Licenciatura en Expresión Corporal en Composición e Improvisación. Entré a la danza desde un lugar muy impulsivo, muy intuitivo, casi en contra del famoso discurso de “estoy grande para”. Hubo algo de ir paso a paso. Sea desde el lugar creativo o desde el lugar de alumne, busco siempre el cuidado de lo lento. En el candombe empezamos por los pies, la base está en los pies. Desde ahí vamos subiendo y de a poco aparece la columna, la cabeza.  

En 2007 empecé a dar clases y a integrar los lenguajes que venía transitando. Daba un taller de candombe relacionado con la conciencia del cuerpo. En esa época la danza era muy de observar a otra persona, algo más tradicional, de observación y copia. Ahí empiezo a pensar en el cuerpo que construye la danza del candombe, a trabajar con las herramientas de la expresión corporal, con lo sensoperceptivo, pensando el trabajo con los pies, con la pelvis. 

El candombe fue un big bang en mi vida. Me abrió a la danza y a la investigación al mismo tiempo. También me llevó a tocar tambores, a sacar fotos. Todo el tiempo estaba haciendo cosas que tenían que ver con la práctica, por ejemplo escribí en una revista de cultura afro que se llama Revista Quilombo. En 2013, escribí mi primera ponencia, donde sintetizo la primera etapa de mi trabajo, y es como un cierre de ese proceso. En la UNA aparecieron otras experiencias que empezaron a ocupar mi sentir, mi pensar. Empezó a tomar otro tiempo la expresión corporal y tuve un encuentro fundamental con Rhea Volij, una de mis maestras. 

El encuentro con la danza fue criando una hija, estudiando en la universidad y trabajando de lunes a viernes. Fui madre muy joven, a los dieciocho. Mis inicios con la danza fueron en pleno maternaje. En ese momento tenía el que todavía es mi trabajo actual, en el conservatorio de música Manuel de Falla. Es un trabajo administrativo, de poner la cabeza, organizando cosas. Es un trabajo que también me ha permitido darme el lujo de crear casi sin recursos la mayoría de las veces. 

En mis prácticas siempre voy encontrando puntos de conexión muy importantes entre una cosa y otra. También apareció el butoh, como algo muy importante que estuve practicando. En 2012 un hito que me atravesó y que hizo que mi mundo se empezara a correr hacia otros lugares, fue el encuentro con Guillermo Angelelli. Estuve haciendo un proceso con él de marzo a diciembre. Creo que es casi inédita en Buenos Aires y en Argentina la dinámica que él propone: un entrenamiento -corporal y vocal- de lunes a viernes, tres horas todos los días. Es de las experiencias más intensas que he tenido la suerte de atravesar, relacionada a la antropología teatral.

El origen de la danza también tiene que ver con prácticas del sentir. Viene la palabra “conciencia”: en mi búsqueda siempre estuvo trabajar con hacer consciente el cuerpo, lo ancestral. Ser consciente de lo ritual, de la importancia del vínculo con las personas que están compartiendo la experiencia conmigo, sean compañeras en un trabajo creativo o sean alumnas. Es importante lo que esa persona siente y lo que siento, ese ida y vuelta. 

Improvisar, una militancia consciente

Aunque parezca que está por todos lados, la improvisación es una práctica, y creo que es una práctica del futuro. Estoy convencida de que va a terminar replicándose mucho más porque es una práctica que permite –se haga lo que se haga- una mayor libertad. En la improvisación se pone a jugar mi propia subjetividad y todo lo que somos, todo esto que soy. En la improvisación encontré la oportunidad de poder ponerme a jugar. Cuando digo “improvisación”, lo digo más desde un lugar de improvisadora bailarina performer, que de directora escénica. Al estar como bailarina y en la práctica, la improvisación me permitió poder ser todas estas que fui, que era, o que soy: la danza, el teatro, lo afro, lo más intenso, la palabra, la escritura. 

El formato del candombe es en el espacio público. Puede ser circular, puede ser alrededor del fuego. Es entre todes, es una performance que integra al público. Esto es lo que traslado a mi último proyecto, Indómita Performance: el cruce de la danza con la música y la improvisación desde prácticas más ligadas a lo contemporáneo -lo contemporáneo entendido desde lo artístico, no desde el tiempo-espacio, porque el candombe también sucede hoy, en la actualidad-. 

En Indómita fui curadora y performer, e hice incluso la difusión. Antes de que empezara la pandemia estábamos cambiando de casa con toda la alegría, íbamos a estar en un espacio que se llama Movaq. Pasaba algo hermoso en el evento presencial, en esto de compartir, de hacer redes. La improvisación estaba teniendo ese espacio, el público y la gente que venía participaba. Llegó la pandemia y se cerró todo. En ese momento en el equipo estaba también Paula Ligüero, fotógrafa; Verónica Rodríguez, que participaba conmigo en la parte del inicio; y Andrés Velázquez en luces. Nos empezamos a encontrar y a pensar qué hacer. En 2019 me había salido el subsidio del Fondo Metropolitano -era la primera vez que ganaba un subsidio- y otro de Prodanza. Si bien era mínimo -eran treinta mil pesos y los seis audiovisuales se hicieron con setenta mil- si no seguíamos, la Indómita se terminaba. 

Bailar, danzar, improvisar, era algo que estaba pasando mucho en las redes. Me dije: “no sé si la Indómita va a tener sentido”. Fue de lo más complejo, porque me faltaba una pata gigante que era el público. Nos preguntábamos qué íbamos a hacer sin eso. Me gusta ser consciente de la improvisación, es una militancia. Entonces se nos ocurrió contar todo esto gigante que nos mueve, que pasa detrás de lo que se ve. Porque en una obra ves a una bailarina y a un músico que se cruzan y se están haciendo, y eso de por sí a nivel físico, a nivel intuitivo y a nivel energético, es increíble. Pero eso que ves también tiene una base de pensamientos, de tensiones, de decisiones, de recortes. Entonces lo que pensamos fue: “compartamos este dispositivo, contemos qué es lo que pasa, qué es lo que piensa un improvisador, una improvisadora”. Ahí empezó a surgir la idea de empezar con las preguntas, que era algo que me acompañaba mucho en Indómita, preguntar más que responder.

Acá vuelven los orígenes, la multiplicidad de prácticas que siempre me ha ayudado a atravesar momentos de crisis. Yo contaba con la práctica de entrevistar y de pensar mucho en la improvisación. Y ante un momento así, nos quedaba filmar. Nos encontramos utilizando un medio desconocido para mí. Pero los territorios a veces están más cerca de lo que creemos. Y conectar con la frustración es conectar con el presente y con lo que es posible. Si conectáramos más con eso, viviríamos más felices. Es un ideal y llevarlo a tierra cuesta bastante, pero cuando sucede es increíble. Por otro lado, esto de las reinvenciones es misterioso. Fue lindo y una suerte ir encontrándonos con el equipo y que no hubiera nadie tironeando de más. 

Pensar nuevas formas de hacer

En mi historia, si pienso en la gestión, me doy cuenta de que empecé a escribir mis propios proyectos una vez que no pude pagarle a alguien que se encargara de eso. Fue algo autodidacta que se empezó a dar. Me gusta mucho escribir y fue fantástico, porque además me dio otra profundidad en mi trabajo. En relación con la gestión y la autogestión siento varias cosas y algunas son contradictorias, porque en este momento estoy en crisis. 

Por un lado, me parece necesario encontrarnos con personas y con artistas. Hace poco estuve en un seminario de gestión y fue hermoso compartir esa experiencia, ponerle palabras y pensamiento a lo que hacemos. Es nuevo esto de nombrarme como gestora y de encontrarnos para buscar maneras de nombrar las nuevas formas de hacer. Estos encuentros también nos dan un poder que necesitamos, porque dentro de lo institucional todavía hay grandes distancias en relación con lo que vamos bullendo las personas que estamos con la creación a flor de piel, que estamos muy disponibles, muy atentas y muy permeables mientras vamos creando. Es interesante ver que no estoy sola; somos un montón de personas que estamos pensando nuevas formas de hacer. 

Pero también la realidad es que, en este tiempo de cuarentena, estoy haciendo algo faraónico. Estoy muy cansada, y siento que ocuparme de todo le está quitando potencia a mi bailarina, a mi práctica de danza. Es mucho el tiempo que paso escribiendo frente a la computadora y es mucho el tiempo que llevo aplicando a subsidios que no salen. Estoy en una crisis, repensándome. Pero encontrarme con otras personas en la misma, me dio y me da un índice de esperanza. 

Una salida comunitaria 

Son tiempos de una fragilidad expuesta. Si hay una salida, la veo a través de lo comunitario. Mi participación en el Frente Emergente de la Danza me ayuda a ir perfilando esto: que hay redes más grandes que cuentan con otras estructuras. A las personas que veníamos creando de manera solitaria, o en equipo, en una grupa transitoria, se nos complica un poco más. Me está ayudando pensar en lo grupal, en lo comunitario, en las redes. Me parece que no va a ser posible la salida por otros lugares. 

Por otro lado, es importante seguir visibilizando la complejidad en relación con las producciones, en relación con la creación. Estoy pensando cómo va a ser la creación de ahora en adelante. Pienso también en el privilegio de las personas que tienen mucho dinero, en las cuestiones económicas en el mundo artístico. Me preocupa mi situación económica social, mi historia singular, y pienso en cuáles van a ser los medios de producción con los que contaremos. Por ejemplo, en lo audiovisual necesitás dinero para que se escuche bien, se vea bien. Como comunidad es importante que pensemos en estrategias para colaborar entre nosotres. Es un vaivén, vamos en comunidad pero lleva trabajo porque estamos en ese salto. Algunes quizás no sabemos cómo hacer en comunidad o nos lleve tiempo. Estamos aprendiendo.

Es necesario hacer visible la importancia de las prácticas artísticas para la humanidad, la importancia de la danza. Siento lo que me ha ayudado la danza en mi vida y vi la manera en que la danza ayuda a otras personas a transformarse, a sentirse mejor, a empoderarse. Es algo invaluable, es salud y es amor. La danza tiene algo para decirme y es que no me olvide de sentir. Es muy importante integrar el pensamiento, pero lo que la danza me dice hoy es que vuelva al cuerpo, que vuelva a sentir.

Esta entrevista pertenece a Gente de danza

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