Mercedes Colombo

Contar una historia desde la ropa

Empecé en el mundo del vestuario casi por casualidad. Me gustaba la moda y me gustaba el arte, pero sabía que no quería ser diseñadora de moda y que ser artista plástica era un trabajo muy solitario. Me gusta trabajar en equipo. Un día fui a ver una obra de teatro y dije: “es por acá”. Era chica, tenía 16 años. No había y lamentablemente todavía no hay una carrera, así que aprendí despacito, yendo de una persona a otra. 

Terminé estudiando en el Teatro Colón, donde hice una pasantía y donde a los 18 años tuve una primera experiencia fabulosa. Transité tres años en distintos roles dentro del Colón. Mi primer acercamiento fue a la ópera, nada más ni nada menos. Después me fui del teatro y seguí trabajando en ópera, en el Teatro Avenida. 

El diseño de vestuario es ayudar a contar una historia desde la ropa. Cada proyecto tiene una necesidad específica; la ópera necesita espectáculo, el ballet quizás necesita un pensamiento más abstracto y acompañar el cuerpo de quien baila. Hay distintas necesidades, pero siempre desde un lugar de colaboración y de puesta en valor de la historia que quiere contar el director o el coreógrafo. 

Este trabajo puede parecer frívolo pero tiene muchísima complejidad. Hay muchas etapas, muchos pasos a seguir. Hay cosas muy técnicas que uno va aprendiendo con los años. Vas liberándote de situaciones incómodas y podés entrar más en lo que realmente te interesa, que es expresar, colaborar y ser parte de algo de manera comprometida. Esto pasa cuando ya no te preocupás pensando si la tela estira o no, si va a apretar a quien baila, si va a poder lograr el cambio de ropa a tiempo, o si después de tres lavados se va a quedar sin vestuario. Cuando eso ya está aprendido y forma parte de uno, es como andar en bicicleta o cocinar. Empezamos a estar atentos a las necesidades y a no imponer cosas. 

En los primeros años conocí a la coreógrafa Diana Theocharidis. Ella tiene una búsqueda, una impronta y una visión muy particular. Trabajé varios años con ella y con su compañía y fue una experiencia alucinante y también muy libre. Eso estuvo buenísimo porque este trabajo también es un juego. Si bien es un trabajo profesional y uno tiene que llegar a un puerto –hay por ejemplo una fecha de estreno y un montón de cosas con las que cumplir- no deja de ser un lugar lúdico. Esa fue la primera compañía con la que trabajé. 

Lo fabuloso de trabajar para óperas y para espectáculos, es el trabajo en equipo, es poder darse cuenta de que uno es parte de algo. Lo que tiene que hacer uno es potenciar las ideas de otros, a la vez que otros colaboran y potencian las ideas de uno. Y crecer y desarrollarse y cambiar y tener nuevos intereses. Si uno se quedara solo, eso sería muy difícil, el camino sería mucho más complicado. El diseño de vestuario tiene mucho que ver con las relaciones humanas, con la colaboración, con aceptar al otro y entender que no hay una sola idea acerca de las cosas. Es un trabajo que me ayuda a tener un mejor tránsito en la vida, porque se trata de aprender del otro y confiar, colaborar, desafiarnos, escucharnos. En este sentido, me hace mejor persona.

Mil veces fantaseé con la pregunta de qué haría si no me dedicara a esto. Hay veces que uno está en crisis con el trabajo y dice “quiero hacer otra cosa”. Y la verdad es que no, ese estado dura dos días y después vuelvo a decir “amo mi trabajo”. Todo el tiempo es distinto y eso es genial, no me puedo aburrir nunca. Todo el tiempo se plantea algo nuevo, no me puedo imaginar haciendo otra cosa.

Un lenguaje propio

Después de trabajar con Diana, trabajé con otros coreógrafos. Conocí a Marcelo Savignone, un director de teatro físico, donde el cuerpo es muy delicado. Lo que él hace es muy poético, es prosa, no podríamos decir que es un ballet tradicional; tiene mucha implicación del cuerpo en este sentido poético, de uso del cuerpo para la expresión, para expresar sentimientos, sensaciones y también historias.

Si bien Marcelo ya tenía un grupo que se llamaba Sucesos Argentinos, en el cual el cuerpo estaba también muy implicado, de a poco él fue desarrollando un lenguaje propio. Creo que hubo una especie de punto final para él, o de bisagra, en un proyecto que se hizo en el San Martín, que fue un ballet. Ahí él pudo separarse de la palabra, separarse de la prosa y dirigir a su manera. Trabajar con él fue una experiencia increíble y creo que para él también fue un momento muy importante en su desarrollo como director.

Cada proyecto surge de lugares distintos. La inspiración o los lugares de partida los traemos nosotros, lo trae uno -como técnico o artista, como nos quieran llamar-. En este sentido uno va armando un lenguaje propio. Pero además cada proyecto requiere algo diferente o te pide cosas diferentes. Cada tres o cada seis meses, surge una nueva idea, hay que desarrollar un nuevo proyecto. 

En particular, el proceso de trabajo en Ensueño, con Marcelo, fue muy loco. Él tenía cinco o seis disparadores muy vagos, muy universales. Nos fuimos reuniendo, fuimos hablando y buscando distintas inspiraciones y fuimos encontrando algunas cosas que teníamos ganas de contar. Pero trabajar en un teatro oficial tiene varios requerimientos, y hay mucha antelación. Incluso el teatro comercial tiene a veces más libertad, en el sentido de que podés ir a un ensayo, a cinco o a diez y después hacer un planteo estético o conceptual. En un teatro oficial es al revés: antes tenés que hacer el planteo y después ver si eso que uno soñó se puede llevar a cabo. 

Se requiere un nivel muy alto de adaptación: poder trabajar dentro de un concepto macro y también pensar en otras situaciones como la multifuncionalidad en lugares más neutrales, y los tiempos específicos que vas a tener para poder desarrollar el trabajo que sea. Cuando trabajamos en Ensueño, presentamos el proyecto y se aprobó. Y en ese mes y medio que duró el trayecto de armado, me di cuenta de que no tenía sentido lo que había planteado al principio. Finalmente se volvió algo más abstracto y creo que fue para mejor, quedé muchísimo más contenta en relación a la idea inicial. Esto es importante y tiene que ver con el trabajo en equipo: a veces el otro te plantea algo -no solo el director, puede ser un bailarín, un músico, un iluminador- y ahí uno tiene que rever lo que había pensado, para acompañar mejor y para poder expresarse mejor. 

El proceso creativo es único cada vez

Cada proyecto encuentra distintas formas, no es algo sistematizado, no tengo una manera fija. Cuando hay un libro, cuando se trata de una  película o de una obra de texto, lo primero que hago es leer el libro. Ahí empiezo a imaginarme el vestuario, como cuando leés una novela y empezás a recrear imágenes. Cuando es un ballet, le pido a la coreógrafa o al coreógrafo que si todavía no lo tiene montado, me muestre alguna inspiración o me muestre lo que tenga armado, como punto de partida. Pero más allá de eso, el proceso es muy diferente cada vez. 

A veces la asociación es muy rápida y llegan las sensaciones. Me imagino que esta película es melancólica o es un policial negro y entonces necesita de cierta tensión. Parto de esa sensación y esa sensación me lleva a una paleta de colores, que para mí es  fundamental. A partir de ahí la forma de la ropa tiene mucho que ver con esto: si es algo que te está ahogando, si es algo que te está abrazando, si es algo tierno, si es algo suave, si es algo áspero. Todas estas sensaciones, finalmente, van a hacer que esta primera emoción quede plasmada.

A veces el vestuario parece impuesto o agregado, y no debería ser así. El vestuario busca lo contrario: tiene que ser absolutamente orgánico y hasta tiene que pasar desapercibido. Uno tiene que creer que eso no podría haber sido de otra manera, a no ser que el espectáculo requiera de algo particular o llamativo, como puede ser en el caso de un musical. Siempre que estemos contando una historia, lo importante es que el vestuario parezca lo más natural posible, que parezca que esta persona no podría haber estado vestida de otra manera. Esa es la sutileza de nuestro metier.

Tengo mucha relación con la danza, estudié distintos tipos de baile y tengo muy buena relación con el deporte. Pero nunca me imaginé, ni me imagino estando en esa posición en la escena, por ejemplo bailando. Estoy muy cerca de bailarinas y actores. Hay una sinergia con la interpretación -de hecho el vestuario es el único rubro que tiene una colaboración tan estrecha con la interpretación-. Y también hay una cercanía con quienes trabajan en la iluminación. La iluminación es muy importante en un espectáculo -la luz y el tratamiento del color son herramientas fundamentales para cualquiera de nuestros rubros.

Hay que ver no solamente cómo el vestuario cobra vida con el actor, sino también cómo el actor cobra vida con el vestuario. De hecho, hay muchos actores que construyen el personaje después de la prueba de ropa. Tengo una relación bastante cercana con los actores con los que trabajo, y siempre tenemos charlas colaborativas -creo que quizás muchas más que con los directores-. 

Son los actores los que están más permeables a ver qué va a pasar con esos personajes, con esos caracteres. O el bailarín, que de pronto encuentra un recurso que no tenía, porque antes no podía caminar de la misma manera porque la falda era muy estrecha, o porque tenía un montón de género para poder jugar. 

Incluso el color del vestuario es lo que puede dispararle una emotividad nueva al bailarín o al actor, esto ocurre todo el tiempo. Muchas veces también pasa algo de energía, es algo que no se puede poner en palabras, y que después, cuando el proceso termina, te hace decir “era así, tenía que ser de esta manera”.

Las respuestas que no tenemos

Creo que la pandemia va a ser un antes y un después en toda la humanidad. Nos va a obligar a hablar de cosas nuevas y a tener otras preguntas, otros textos, vamos a explorar otros diálogos. Es importante darse cuenta de que el teatro, la danza, la música, son absolutamente necesarios. Nunca se pararon las expresiones, nunca se frenaron, siempre encontraron la forma de rearmarse desde el principio de la pandemia. 

Vimos cómo nos reinventamos todos, todo el tiempo, cómo intentamos expresarnos igual, porque esto es intrínseco del ser humano. Necesitamos esto, hacernos preguntas. El teatro no deja de ser eso: buscar empatía pero también buscar las respuestas que no tenemos, generar diálogos, generar búsquedas. Eso me parece lo fundamental que nos va a dejar esta situación que estamos transitando.

Cualquier danza, cualquier arte escénica es necesaria en estos tiempos. Cualquiera que sea verdadera y que sea deseada. Estamos hablando de la importancia de las expresiones artísticas en los seres humanos. Necesitamos que esto siga ocurriendo. Cualquier tipo de expresión, sea chiquita, sea en el barrio o en el centro cultural, sea en los teatros nacionales, en la plaza o en tu casa; cualquier tipo de representación y expresión es válida y es necesaria.

Esta entrevista pertenece a Gente de danza

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