Olivia Bogarín

De la gimnasia artística al break dance

Mi nombre es Olivia, pero en la cultura hip hop me conocen como “Bgirl Oli”. Soy de Asunción, pero hace diez años que estoy acá, en Argentina. Desde que llegué soy parte de “SúperPoderosas crew”. La identidad de “Bgirl” es con la que me siento más cómoda, porque es específica de la cultura hip hop. Nunca me pienso como bailarina, porque no tengo una formación académica de bailarina. Para nosotras no existe eso de tener una formación, nuestros conocimientos vienen de un aprendizaje mutuo. Ser “Bgirl” para mí es un compromiso. No solo el hecho artístico te hace ser artista, sino que también la postura que tomás, desde dónde te parás como artista. Y es una decisión que se toma a diario, porque tenés que elegir qué hacer todos los días, eso para mí es una decisión y un compromiso. Y además tenés que estar en entrenamiento constante, participar, relacionarte con la gente, estar activa. 

El hip hop me llegó a los 14 años, en una exhibición del colegio. Yo tenía que participar como gimnasta en esa exhibición y conocimos a unos chicos que bailaban hip hop -en ese entonces, lo conocíamos como rap-. Quedé alucinada porque tenía el mismo impacto desde lo acrobático, desde lo artístico, pero de una forma totalmente liberada: no tenía las estructuras de la gimnasia deportiva. En gimnasia deportiva tenías que hacer todo perfecto, si se te movía una mano, te descontaban no sé cuántas décimas de puntaje, y era extremadamente perfeccionista y súper dedicado. En cambio, bailar rap era olvidarse de todo eso; bailabas y te olvidabas de todo. Tampoco tenía esa lógica tan verticalista de entrenador–gimnasta, y de una federación que decidiera si ibas o no, o cuán apta eras para ser parte de una selección, de un viaje, de un mundial, de un panamericano, de lo que fuera. El rap no tenía nada de eso, y entonces el disfrute estaba ahí desde el minuto uno. 

Así empecé. Los sábados a la tarde después de entrenar, íbamos a bailar a un centro comercial. Ahí se juntaba una banda de chicos, nosotras éramos las únicas mujeres que participaban. Lo hicimos por un buen tiempo, hasta que decidieron echarnos del lugar. Ese primer encuentro con el hip hop fue también una manera de encontrarnos entre pares, entre personas que hacíamos lo mismo o queríamos hacer lo mismo desde distintos lugares. Se trataba de bailar y hacer acrobacia y disfrutar de eso, de la posibilidad de moverse, de sentirse libre. En esos primeros acercamientos al hip hop yo ni sabía lo que era el break dance, el rap, no teníamos información de nada. En Paraguay, la información llega muy tarde, el regreso a la democracia también nos llegó mucho más tarde, y eso, sin duda, influyó. No éramos conscientes de lo que hacíamos, pero lo hacíamos. Íbamos a las competencias, nos mandábamos a cualquier lugar, participábamos por participar y para ocupar espacios. 

Mudar de piel

Llegué a Argentina por una amistad muy fuerte. Cuando era chica competía en gimnasia en la selección de Paraguay, ahí conocí a Cielo que también era parte de la selección. Cielo vivía con su familia en Clorinda, una ciudad fronteriza de Paraguay. En la adolescencia conocimos juntas el hip hop. Ella se vino con toda la familia para acá y empezó su camino, yo me quedé allá haciendo el mío. Pero después, yo también vine para Argentina y nos encontramos en el 2010. Cada una tenía su vida en la participación de la cultura hip hop en nuestros territorios y lugares específicos, y acá nos fusionamos y decidimos armar una crew, y empezamos a competir por todos lados. Pasamos por muchas etapas muy lindas, desde la participación en eventos, en competencias nacionales e internacionales. Venimos atravesando estos caminos juntas desde que nos descubrimos. 

Vine sola a Buenos Aires los 26 años. No era tan chica, pero fue de un día para el otro, dejé todo lo que tenía allá, entrenaba y era entrenadora de gimnasia deportiva y era miembro de la federación de gimnasia de Paraguay. La gimnasia tiene esa línea verticalista y militarista con la que no podía más. Así que me vine acá y encontré una realidad totalmente diferente para mí, por eso me quedé. Siento que soy de los dos lugares y en esos dos lugares soy una mujer diferente, porque me crié allá en Paraguay, pero me emancipé acá, en Argentina. 

Con Cielo nos encontrábamos cada año en Asunción y nos íbamos a Brasil a participar de un evento donde competíamos con otras chicas. Ahí fui masticando la posibilidad de irme de Paraguay, porque entrenaba sola, me molestaba la presencia de los compañeros, sus comentarios. Ellos no tenían problemas de horarios, yo salía a trabajar y tenía que ir a entrenar con ellos y volverme a mi casa muy de noche. Me costaba todo enormemente y entonces dije “¿qué hago acá?”, era la única y me cansé. Cuando volví al año siguiente encontré como veinte chicas bailando, fue una sorpresa, pensaba “wow, ¡¿qué pasó acá?!”. Fue lindo ver eso, hasta ahora me pasa, veo a las chicas bailando y me emociono. Me encontré con todo un grupo de chicas armadas, que competían, que estaban ahí y dije, “¡¿dónde estaban?!”. 

En Paraguay, hubo un período en el que yo era la única mujer de la cultura hip hop en participación constantemente. Tenía compañeras con las que practicaba, y a las que también les costaba un montón la participación, pero eran compañeras que estaban de manera intermitente, iban y venían. Era siempre yo la que estaba en todos los eventos, me decían “Bboy Oli”. Todavía me dicen así. Esa forma de llamarme hacía que me sintiera no reconocida como mujer, sin embargo, pienso que la palabra “Bgirl” es sumamente difícil para nosotras que venimos de un país bilingüe, que además tiene que incorporar otra palabra nueva y ahí me pregunto ¿será que es invisibilización? ¿Será que es esta dificultad de ser nombrada como “Bgirl” en idioma extranjero? Porque nosotras nos manejamos entre el guaraní y el español, y entonces pienso que la tarea de aprenderse la palabra es mucho más compleja, o será que realmente no hay una visibilización de las mujeres. Yo tenía un grupo con los que bailaba y un día me di cuenta de que la toma de decisiones siempre pasaba por los varones, y pasaba por ellos también la opinión sobre mi cuerpo, sobre cómo bailaba. Un compañero me dijo una vez “pero vos bailás como hombre, deberías bailar como mujer, porque la mujer tiene un instinto diferente”. Me pasaron muchas cosas como esas y me encontré sola durante muchos años y no lo soporté más y, por eso, vine a Argentina. 

Me costaba pensarme como la única, yo pensaba que no me afectaba, no me daba cuenta pero sí me afectaba y me afectaban los comentarios de los hombres opinando sobre mi baile, sobre la manera en la que hacía las cosas, con quiénes me relacionaba. Y fue así, hasta hace pocos años, que empecé a atravesar espacios de participación y se empezó a abrir la palabra y así vi que a otras chicas les pasaba lo mismo. Llevar la palabra también cuesta y a mí me cuesta mucho más porque vengo de otro país. Se dice que la segunda piel del paraguayo es el silencio, estamos muy atravesados por la historia de la dictadura y eso también hace su parte en este juego de silencio, en este juego de la invisibilización, de no percibirse desde lo que molesta y aceptar un rol, aceptar en silencio lo que el otro nos dice. A mí me costó mucho y fue un proceso de autodescubrimiento. Al estar en Argentina, además tuve que atravesar el ser percibida como extranjera. Ese hecho hace que te veas y sientas diferente, porque hay un “otro” que lo señala. Estas cosas marcaron diferentes momentos y formas de percibirme y de defender mi identidad, que entiendo está constantemente cambiando y fluctuando. 

Pensarnos como bailarines, pensarnos como trabajadores

El hip hop es parte del mundo de la danza, pero en general no se lo ve como una danza. Está bastante estigmatizado. A pesar de todo lo que hay, de las políticas que desarrollan espectáculos de hip hop, siento que todavía nos cuesta. Nos falta atravesar ese camino de hacernos y pensarnos como bailarines. Nuestra identidad siempre está más pensada como parte de la cultura hip hop, pero también somos bailarinas. Y no solo bailarines o personas con la capacidad de bailar, sino también trabajadores. Cuesta mucho pensarse desde lo institucionalizado, porque siempre fuimos por los costados, escabulléndonos, y llegando, pero siempre desde afuera, desde los lados, nunca desde adentro.

La cultura hip hop todavía está creciendo, está empezando a madurar. Antes no pasaba que nos preguntaran y habláramos de estas cosas, simplemente esperábamos que hubiera un campeonato y bueno, todo el mundo iba a participar. No había espacios para debate, para abrir la palabra a las cosas que pensamos. Últimamente, se está dando el espacio para hablar y debatir, y creo que tiene que ver también el contexto de pandemia. Esto es muy reciente para nosotros, pienso que estamos empezando a madurar y que ese proceso está empezando a tomar visibilidad. Es un momento propicio para pensar qué alcances tenemos con lo que hacemos, para pensarnos desde las políticas, pensarnos como trabajadores de la cultura, pensarnos como algo que podemos ser, más allá de la espectacularidad. 

Todas las artes urbanas, en general, tienen precarización laboral, pero tienen al mismo tiempo una potencialidad, la de poder llevar adelante una transformación social. A partir de trabajar en los territorios, de crear una red de trabajadores de artes urbanas, a través de colectivos, podemos proyectar y gestionar lo que necesitan para su desarrollo. Nuestro interés es ese: convocar a las artes urbanas a que vengan a ser parte de una red de trabajadores y que, entre todos, podamos generar este entorno para trabajar de lo que hacemos, de lo que nos gusta.

Con la gente que hace break creamos una red de artistas urbanos para trabajar desde la cooperación y ver qué se puede hacer para salir de esta situación de precarización laboral en la que estamos. Si bien antes de la pandemia ya existía esa precarización, ahora quedó mucho más expuesta, porque no tenemos nada, el hip hop no cuenta con medios de apoyo, ni con instituciones. Por eso estamos luchando colectivamente. También para compartir lo que es la crew, ver qué otros caminos podemos tomar desde lo artístico, como para expandir y llevar el arte como una herramienta de transformación social. El hip hop está en los barrios, está en esos lugares donde más se necesita, pero hace mucha falta que sea apoyado

El círculo que nos une

Ser súperpoderosa, ser parte de esta crew, me mostró un montón de caminos. Hoy por hoy son otras las chicas que están en los eventos, las que son visibilizadas y son chicas que están empezando a hacer su recorrido. Eso me sirvió para ver que yo también fui parte y que con mi despertar también hubo otros despertares, que fueron colectivos. Eso me abrió un montón de puertas y sé que hay otras pibas que también están sintiéndose con esas mismas capacidades. El hecho de bailar es un enorme acto de empoderamiento. 

Con las superpoderosas nos juntamos y entrenamos, en general, con el objetivo de competir, pero cuando competimos intentamos llevar un mensaje. Así que nos juntamos a entrenar y desarrollamos coreos, shows que lleven algún mensaje. No es solo el hecho de bailar por bailar, sino de transmitir nuestro mensaje y que todas las pibas se sientan representadas.

Antes yo me tomaba las competencias de una manera: quería ganar y no me interesaba más que eso, hay mucha gente que se lo toma así. Pero después aprendí que la competencia también es un espacio de encuentro, de compartir. En el rap, hay algo que se llama cypher, que no se da desde la competencia, sino que solamente existe desde el compartir. El cypher es un círculo de personas que comparten lo que hacen, ya sea bailar, improvisar o lo que sea. Sea lo que fuere, es un punto de encuentro en el que nos relacionamos desde el compartir. La palabra cypher significa reunión y se trata de una reunión en círculo, donde nos vemos la cara entre todos y donde pasamos un buen momento

El cypher y la competencia son cosas que todo el tiempo están ahí coexistiendo y no sé si hay una armonía entre ellas. La competencia genera esto de querer ganar, en ella están en juego no solo tu nombre artístico, sino que hay un premio. Eso es lo más visible, lo que no se ve es el cypher, el encuentro, que es donde sucede el intercambio y que es también donde practicamos, porque no tenemos una academia, así que compartimos nuestros saberes y así aprendemos. Se trata de una comunidad que aprende desde sus narrativas, que aprende desde el compartir lo que sabe, desde el intercambio de conocimientos, de experiencias, de historias de vida de quienes están ahí presentes

En los encuentros siempre éramos los mismos, pero últimamente hubo una espectacularización que lo hizo masivo. Sucede esto principalmente con el free style, que tiene otra dimensión, pero también por otro lado están estas cosas que se arman en las plazas, como el “quinto escalón” que nació desde unos pibes que se organizaban y empezaron a hacer campeonatos de free style y se hizo tan conocido que se tranformó en un mega evento. Hoy el hip hop está en las plazas, en las esquinas, gracias a la difusión que tuvo en estos últimos años y que llegó un público masivo. Algo que cambió la escena en el baile fue la inclusión como juego olímpico en los Juegos Olímpicos de la Juventud en 2018. Eso fue algo que no esperábamos. De hecho, fue un poco peleado, porque el comité olímpico no nos pidió nuestra opinión, directamente lo tipificó como deporte olímpico, pero como comunidad no tuvimos participación en esa decisión. Ese hecho también aportó a esa masificación: ser vistos como un deporte olímpico hizo que tuviera otra repercusión a nivel mundial. 

Hoy podemos pensar que el hip hop es una elección de los pibes como lo era, o lo sigue siendo el fútbol. El público se fue ampliando mucho por los eventos y porque también fue fomentado como una cultura para todos, para cualquier pibe, no necesitás un estudio de danzas o un estudio de música para ser rapero. Está ahí, es accesible para todos

Esta entrevista pertenece a Gente de danza

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