Ollantay Rojas

Salir de mí para ser con otro 

Mi vínculo con la danza comenzó a partir del folklore. Nací en Santiago del Estero, pero viví siempre en la Ciudad de Buenos Aires. Mi casa era una embajada cultural de Santiago,  entre poetas, guitarras y bailarines. Ahí empecé a estudiar, tendría 8, 10 años. Después, en el secundario -el Nacional Buenos Aires- había un taller con Alba Ferreti y Mauricio Seifert, docentes de tango. Mi hermana iba y me decía de ir, pero para mí era cosa de viejo. Hasta que un día, en primer año, probé y me enganché. 

Estudié tango durante muchos años hasta que sentí la necesidad de expandir mis posibilidades como intérprete. Empecé una carrera de danza contemporánea a nivel particular. Mi principal referente fue Cristina Barnils. Ella tenía una escuela muy abierta en cuanto a estética y disciplinas. Es mi madrina artística, el oráculo de la danza para mí y para mucha gente. Con ella se me abrió todo un camino, a partir de ahí empecé a adquirir experiencia con coreógrafos y coreógrafas de la danza contemporánea. 

En alguna ocasión evalué estudiar en una academia pública como el San Martín o la UNA, pero siempre sentía que era tarde para entrar. Venía trabajando mucho, siendo un profesional del tango, pero me costaba el desafío de hacer una carrera. Además, a la par estudié abogacía -que quizás ocupó el lugar de una carrera de danza- y me llevó muchos años. Igualmente, en la producción y la gestión cultural -que desarrollo sin haber estudiado-, a la hora de pensar, argumentar y proyectar, la abogacía me sirvió.

El tango y la danza contemporánea me trajeron la posibilidad de estar con otros, sean compañeros, bailarines o bailarinas, o el público. La danza me trajo al teatro, al rito de compartir. Es un espacio de desarrollo que va más allá de uno: es salir de mí para ver cómo soy con otro, cómo me complemento con el otro. Me trajo además a mi esposa, a quien conocí en este ámbito. La danza contemporánea además me trajo el arte contemporáneo, el pensamiento, el unir el pensamiento con la práctica. Y el goce de lo que está más allá de lo material: el goce de lo que cualquier persona puede hacer. No hace falta gastar dos pesos ni comprarte un instrumento, cualquier persona lo puede hacer y el disfrute de eso es algo central en mi vida

En los últimos años, cada vez estoy menos como intérprete y más como coreógrafo o director, buscando lugares intermedios entre la danza popular y el arte contemporáneo. Lo que mamé culturalmente en mi casa, despertó en mí una fibra popular. Me convocaba la llegada, la conexión, llegar a un corazón. El folklore era tan vivido que marcó mis preferencias. Si bien no me dediqué al folklore, me dio cierto arraigo con la gente que me rodea. Además, el folklore en relación con la técnica me ha servido, lo he aplicado en obras de danza contemporánea. También me ha ayudado a brindarme de manera ecléctica a otros coreógrafos.

El hacedor en la maquinaria 

El tango es muy generoso con el que lo hace con amor: podés trabajar, conocer otras culturas, viajar, podés estudiar otras cosas al mismo tiempo. Da la posibilidad de vivir de bailar -no me refiero a ser docente y cada tanto poder bailar, sino a bailar como algo central-. Hace muy feliz al que lo practica, por la comunicación, la improvisación, el ir a lugares desconocidos a través del diálogo, del encuentro con el otro. Eso es algo único, una característica muy propia, auténtica, muy genuina. Es realmente muy disfrutable, por eso siendo tan propia, tan nuestra, es una actividad que además se ha expandido enormemente por el mundo.

La práctica de tango tiene dos grandes impulsores. Uno es la referencia al pasado, el legado de épocas de oro, un patrimonio riquísimo, invaluable, que tiene Buenos Aires y que tiene Argentina. Por otro lado, está la industria cultural, que lleva unas cuatro décadas. El hacedor de tango está inmerso en una maquinaria que lo supera. En este sentido, uno puede dedicarse al tango sin llegar a tener una reflexión sobre el hacer

Como actividad cultural, el tango tuvo siempre poca valoración local y una sobrevaloración en el exterior. Pasó desde 1920 o 1930: en Europa se lo bailaba en los grandes salones y en Argentina en los piringundines, en los cabarets, lugares del under en Buenos Aires –under no es una palabra de aquel entonces, pero eran eso, lugares non sanctos-. Después vinieron los 40 y los 50, la época de oro del tango social. Se escuchaba tango en la casa y en la calle. 

En 1983, en París, se estrenó Tango Argentino, un espectáculo emblemático, con bailarines de tango social y otros que venían de lo académico, del folklore. En un momento les iba tan bien que quisieron hacer dos compañías, pero no había bailarines a ese nivel. A partir de ahí hubo una explosión del tango bailado en todo el mundo. Aparecieron un montón de espectáculos que reproducían ese formato que había funcionado, con bailarines solos o de parejas, o de parejas y grupales. Abrió las puertas en los ámbitos artísticos y empezó a repercutir en los ámbitos sociales. 

Se empezaron a organizar escuelas y milongas. En todas partes del mundo pedían maestros de tango. Comenzó a instalarse la industria cultural -por una moda, por una necesidad de acercarse, de abrazarse, por un imaginario, por un cliché-. Fue una época de oro del campo baile a nivel mundial. Pero como toda industria, padece de sus propios fantasmas, que en este caso tienen que ver con la estandarización de la propuesta, la reducción de costos. En lo industrial, cuando todo el mundo fabrica lo mismo, hay que innovar. Pero en la industria cultural, ¿quién es el empresario? Es difícil determinar eso, son miles, millones de personas que lo hacen individualmente en todo el mundo. 

Este año, cuarenta años después del estreno de Tango Argentino, falleció Juan Carlos Copes. Hay algo simbólico ahí. Tal vez sea temprano para decir que se terminó la época de oro, pero en los últimos años bajó notablemente la cantidad de espectáculos que viajan al exterior. En nuestro país, hay menos presencia del tango en los teatros y las milongas redujeron su público. La circulación que antes estaba dada por la industria, ahora hay que pensarla. Hay que reflexionar sobre la propia actividad, pensar cómo proyectarla en los circuitos que acceden al teatro, a la danza contemporánea. 

El tango fue perdiendo lugar en festivales de arte, de danza folklórica, de música o de arte contemporáneo. Se quedó en el circuito comercial, con propuestas que deben satisfacer sí o sí las demandas del espectador. El público que se formó alrededor del tango terminó encerrándose en sí mismo, sin que se crearan nuevos públicos. La pandemia trajo, con la imposibilidad de la práctica, encuentros virtuales que fueron espacios de reflexión acerca de lo que veníamos haciendo. Surgió la necesidad de vincular el tango con espacios estatales -que antes eran únicamente una vidriera de lo que pasaba en el circuito comercial-. Los espacios oficiales visibilizaban lo que ya sucedía, pero no había una acción a priori ni un pensamiento a futuro. 

Las políticas públicas pueden pensar qué hacer con este patrimonio. El ENTA (Espacio Nacional de Tango Argentino) es un programa del Ministerio de Cultura de la Nación que viene realizando actividades desde 2012. Siempre estuvo enfocado en el tango baile, pero ahora se logró abrir el espacio dirigido a la gestión, pensando acciones y proyectos, conociendo las particularidades y desafíos específicos del tango. Es un lugar de formación más que una escuela. El objetivo es rescatar el legado de bailarines, bailarinas, maestros y maestras de otras épocas, hacer un puente entre los alumnos que llegan y los referentes de generaciones anteriores. Hay pocas experiencias educativas de tango que tengan un método. No está muy desarrollada la sistematización de todo el conocimiento que tienen bailarines y bailarinas, maestros de sesenta, setenta u ochenta años. El ENTA es un espacio de reflexión también para ver cómo recibimos hoy ese legado, con las influencias que tienen los cambios sociales en la práctica

Buenos Aires es un polo de atracción histórico en relación con el tango. Eso ha generado una asimetría en las posibilidades de formación y de profesionalización. Pero el tango está nutrido desde siempre por músicos, poetas y bailarines de todos los países. Hay políticas que buscan revertir esa tendencia magnética que tiene Buenos Aires, acciones muy exitosas como el ETI (Encuentro Tanguero del Interior). La práctica individual también es una herramienta de descolonización. La referencia a los grandes maestros o maestras, la creencia de que “en Buenos Aires me voy a formar mejor” apaga al hacedor que está localizado y tiene su territorio, su comunidad. Uno puede hacer su trabajo de apropiación, hacer un desarrollo personal, y eso hace a su forma de bailar, a su estética. Desde el localismo, no intentar copiar lo que sucede en Buenos Aires. Habría que desarrollar más ese orgullo, esa valoración. Porque el tango ocurre en cualquier localidad del país. Incluso en Europa le tienen menos respeto. No es: “tengo que ir allá a que me pasen la posta”. No, me apropio y puedo hacer lo que quiera con el tango. 

Desde lo pedagógico hay que hacer hincapié en la apropiación del saber que hay en cada circuito. Buscar cambiar esas lógicas que valoran más un espectáculo si viene de Buenos Aires. Ver cómo potenciar los propios espectáculos, los propios maestros. Afortunadamente a nivel regional, hay cooperación entre las localidades para acompañar el esfuerzo que hace un festival o una milonga. 

Más que danza

El tango es una comunidad endógena, cerrada. Se reconoce a alguien del tango por cómo camina o cómo habla. El tanguero te dice “¿hacés danza? yo no, yo bailo tango”. Si uno dice que va a tomar una clase de danza, te preguntan si esa clase es de jazz, de tap, de clásico o de contemporáneo. No: voy a hacer mi clase de tango. Pero es como si el tango fuera más que danza. Vengo reflexionando mucho sobre esto: ¿por qué estará tan aislado el tango, tan encerrado en sí mismo? En parte quizás sea por su desarrollo autónomo, sin necesidad de vincularse con el teatro o con la danza contemporánea. Pero hoy en día el tango empieza a reflexionar sobre sí mismo. Si pide un Instituto Nacional de Tango, tiene que pensar si no sería viable formar parte de un Instituto Nacional de Danzas. Son reflexiones que se tienen que hacer, tanto desde el tango como desde la danza. 

Cuando digo la palabra “danza”, en los hechos concretos hablo de danza contemporánea, la más activa políticamente, la que viene reflexionando sobre su actividad, posicionándose en lugares de curaduría, de jurados, de programación, de definición de políticas públicas. En relación con las acciones del frente de emergencia, del movimiento por la ley, del movimiento federal, hay que ver cuánta gente de danza contemporánea y cuánta de tango hay. Cae de maduro que uno (desde el tango) no se siente tan representado, tan apelado o incluido dentro de lo que es la danza. Pero al tango también lo pincho: estás buscando conectarte con espacios de programación o circulación, ¿pero tu proyecto va a formar parte de esa máquina de hacer espectáculos idénticos? 

Tiene que haber una reflexión: pensar, desde la danza, cómo llamar al tango y poder darle lugares de decisión, de curaduría. Y desde el tango, pensar cómo empezar a ocupar esos espacios que históricamente fueron de la danza contemporánea. Hace falta un diálogo, hace falta interacción. 

Como industria cultural, el tango atraviesa disciplinas: es educación, es música, es danza artística, es danza social. En una milonga hay una orquesta, un gestor cultural que desarrolló el espacio y, además, hay docencia. De sus tres patas (música, danza y lo social) derivan  actividades anexas como discográficas, editoriales, comunicadores, diseño, iluminación, vestuario. Más todo lo relacionado al turismo. Es una fuente de trabajo de muchísima gente. 

Un futuro para trabajar

La pandemia vino a decir que la danza, en Argentina y en todo el mundo, es la prohibida por excelencia. Hace cien años se la prohibía por procaz, ahora por cuestiones de salud. Empezamos a pensarnos, a reconocernos como sector y a tener diálogo con distintos actores estatales que tal vez tienen las herramientas para fomentar las actividades que no pueden depender únicamente del circuito comercial. La pandemia vino a hacer algo terrible en la actividad, o vino a dar una oportunidad. Es decir, paremos, reflexionemos acerca de lo que veníamos haciendo. Veamos cuáles son nuestros desafíos para volver a la actividad y para reconquistar espacios de circulación artísticos. En el último tiempo el tango estaba en espacios totalmente comerciales, como esos espectáculos de China que van al Luna Park, o de Folklore Celta.

El tango se reconoce como comunidad y es muy interesante la organización que surgió en la pandemia. La Red Nacional de Tango tiene mucho arraigo, principalmente en las provincias. Es realmente federal la forma de pensar los proyectos. El tango empieza a repensarse, entra en contacto y se enriquece con lo que sucede en otras disciplinas artísticas y en otros movimientos sociales. 

Todo puede cambiar: la música puede cambiar, la forma de bailar puede cambiar. Lo que dudo que pueda cambiar -ahí ya no sería tango- es el contacto. Si no puede haber contacto y presencialidad, la gente que hacía tango buscará herramientas para seguir en la actividad. Ahí aparece la virtualidad. Pero con la expectativa, en el corto o mediano plazo, de volver al contacto y a la presencialidad. En caso de no poder volver a ese contacto en el baile, me dedicaría a otra cosa

Los límites que en el tango eran tan fijos, se vieron forzados. El desafío es encontrar en el tango un hecho cultural con autoría, con algo de mí. No quiero que la industria me haga ser una tuerca más, sino ponerme a pensar qué hago yo con mi tango, hacia dónde quiero llevarlo. Quizás alguien pueda desarrollarlo sin contacto. Pero hay una fibra muy íntima y no racional, que es esa sensación de tocar a otra persona. Eso es casi inexplicable, es difícil de cuestionar, y es lo que atrapa a todo el mundo. En Argentina y en todo el mundo el tango se trata de eso: la sensación de ir a algún lugar desconocido con alguien que no conocés. Y del contacto corporal. Por eso a veces digo que el tango va a ser la danza más de moda en la post-pandemia. 

Tanto Buenos Aires como Argentina tendrían que ser el faro para ver hacia dónde vamos. Si no proponemos algo único, que sea diferente a lo que pasa en una ciudad mediana de Japón -que seguro tiene tango- ¿por qué alguien va a ir a Argentina? El tango ya es un patrimonio de la humanidad, y no deberíamos perderlo. Por un lado, está la gestión pública y, por otro lado, la práctica personal. Entonces ahí apelo a compañeros y participo de una plataforma que se llama Platea (Plataforma de Tango Escénico Actual) donde estamos tratando de generar ámbitos, espacios públicos y formatos diferentes, que tengan al tango como cada uno lo defina o lo quiera interpretar. Con una crisis que es oportunidad, hay un futuro para trabajar. 

Esta entrevista pertenece a Gente de danza

Ver proyecto